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20 Dec 2011

Año 2011. Saliendo de las sombras

Oh, the wind, the wind is blowing,
through the graves the wind is blowing,
freedom soon will come;
then we'll come from the shadows.
(The partisan, Leonard Cohen)







14 de julio de 1789; toma de La Bastilla. 2 de mayo de 1808; levantamiento contra la invasión napoleónica. 18 de marzo de 1871; Comuna de París. 25 de octubre de 1917; asalto del Palacio de Invierno. 14 de abril de 1931; proclamación de la Segunda República. 1 de enero de 1959; triunfo revolucionario en La Habana.

Son algunas fechas clave en la historia contemporánea, “La era de las Revoluciones” como la bautizó el gran historiador Eric Hobsbawm. No es ni mucho menos una cronología completa; faltan otras fechas importantes y quizás sobra alguna de consecuencias cuestionables y efímeras. Los días que aquí expongo tienen algo en común; en ellos se produjeron estallidos sociales de carácter popular en los que las masas de indignados salieron a las calles para cambiar la historia. Luchaban por su libertad, por una vida digna y por un sistema político más justo. Por supuesto no lograron ningún objetivo tangible de la noche a la mañana, ni siquiera a lo largo de ese mismo año o de los años sucesivos. Pero pusieron en marcha a la historia, y la historia avanzó para nunca más volver atrás, a pesar de los posteriores fracasos, traiciones y desengaños.

Quedan pocos días para que acabe el año 2011, un año colmado de revueltas, protestas y estallidos sociales y que sin embargo, acaba sin consecuencias fácticas a la vista. La historia, como siempre, se encarga de recordarnos los símbolos y los antecedentes. En nuestra memoria quedará el vendedor ambulante tunecino Mohamed Bouazizi, que el 17 de diciembre de 2010 se inmoló en protesta del Gobierno y dio lugar a un movimiento revolucionario sin precedentes que se extendió como la pólvora a lo largo de 2011 de Túnez a Egipto, a Libia y a toda la región norteafricana y de Oriente Próximo. Ya son cuatro los dictadores derrocados (Ben Ali, Mubarak, Gadafi y Saleh) y otros tantos muy pendientes de los movimientos opositores. Algunos de ellos en jaque como el sirio Bachar Al Asad. Pero la historia ingrata no ha premiado a los revolucionarios, que padecen el vacío institucional en Libia, la incertidumbre de una democracia recién nacida en Túnez y siguen siendo reprimidos de forma inhumana en Egipto y en Siria. Y a pesar de todo, por primera vez en su historia, el mundo árabe tiene la esperanza de salir por fin de las sombras.

En Europa la historia es bien distinta. Han caído los gobiernos de Grecia y de Italia y el de España ha sido vapuleado en las elecciones. La llamada crisis de la deuda se lleva por delante a todos los responsables de gestionarla. Incluso Merkel y Sarkozi llevan las de perder en las próximas elecciones. Los mercados amenazan con quitar de en medio a cualquier gobierno que no sea útil para sus intereses. Y mientras nuestra economía juega a la ruleta rusa, los gobiernos europeos claman contra las tiranías y apoyan a los aguerridos manifestantes árabes (siempre que tengan intereses geoestratégicos en la zona, como no). Apoyan las revueltas lejanas pero ignoran las protestas democráticas y pacifistas que se producen en sus propios países.

El 15 de mayo comenzó en Madrid un movimiento de protesta global que ha marcado un antes y un después en las conciencias de las nuevas generaciones. Estudiantes, trabajadores precarios y desempleados de todas las ideologías se unieron por vez primera bajo la consigna común de una democracia “real” y participativa. Se pedían tres cosas básicamente. Uno, que el gobierno defienda los intereses de los trabajadores frente a los mercados. Dos, que se consulte al ciudadano ante las decisiones políticas transcendentes. Y tres, que haya una representatividad electoral ecuánime para todos los partidos y no solo para los dos más poderosos. La sencillez de esas propuestas irrebatibles ha extendido el movimiento 15M desde Madrid al resto de las ciudades europeas y americanas. El 15 de octubre fue convocada la manifestación más internacional de la historia. 951 ciudades de 82 países convocaron manifestaciones de protesta convirtiendo el movimiento contestatario en una fuerza global.¿Los resultados? Ninguno a la vista. El tiempo dirá.

2011 es un año revolucionario aunque ninguna revolución haya conseguido sus logros. Se acabó la era de Bin Laden y los yihadistas, de la ETA y las narcoguerrillas latinoamericanas. Una nueva fuerza popular, democrática y revolucionaria ha surgido y no se apagará fácilmente. Los pesimistas y los sectareos hablan del 15M en pasado, como si hubiera muerto por culpa de no adoptar un signo ideológico. Los ignorantes, los que nunca supieron ni quisieron saber de lo que se trataba, lo tachan de extrema izquierda y lo asocian al minoritario movimiento okupa para desprestigiarlo y darlo por acabado. Para mí es una fecha, simplemente una fecha que marcó un antes y un después en la conciencia de la gente. Fue la fecha en la que las protestas árabes por fin trascendieron, transitaron y se adaptaron al mundo occidental. La parada obligatoria era España, un país a caballo cultural y geográficamente entre ambos mundos. Madrid o Tunez, Sol o Tahrir, 17 de diciembre o 15 de mayo, qué más da. Muchos insisten en las diferencias que nos separan, yo creo que son más los puntos en común. La clave está en sentirlo como una lucha común, pese a la diferencia de los métodos y de los escenarios. Se lucha por la justicia, por la dignidad y por la democracia.

No hay resultados, pero nada será igual a partir de ahora. Se acabó la tolerancia hacia la desigualdad, la indiferencia hacia la corrupción y la pasividad ante los abusos de políticos y los mercados. “Dormíamos; despertamos” fue el lema más significativo de la Puerta del Sol. La prensa no puede ocultar la importancia de las protestas, hasta la revista Time ha elegido al “manifestante” como personaje del año reconociendo esa nueva energía desconocida que ha resurgido en la historia. Los políticos europeos saben que el horno no está para bollos, las tiranías árabes tiemblan e incluso en Rusia (el último país en despertar, por ahora) los manifestantes pueden poner en jaque la corrupción electoral del gobierno. Si persistimos en nuestro empeño, si como dice la canción de Cohen "el viento sigue soplando"; la libertad llegará. Entonces sí, saldremos de las sombras.

25 Jun 2011

EUROPA Y EL TORO MANSO







Según el mito griego, Europa fue una hermosa princesa fenicia de grandes y penetrantes ojos. Una mañana soleada, mientras se divertía con sus amigas en una playa de Tiro (Líbano), la princesa tuvo el infortunio de coincidir con Zeus, dios del cielo y del trueno, supervisor de los dioses del Olimpo y mujeriego infatigable. Cuando Zeus vio por primera vez a la joven sufrió una erección de caballo. Se escondió para espiarla con lascivia y se tocó hasta el suplicio. Tan grande fue el bombazo emocional, que el mismo dios rechazaba personarse ante la princesa. Temía ser rechazado. Estaba obnubilado, paralizado, lobotomizado. Para engatusarla sin ser visto decidió transformarse en un gran toro blanco de irresistible mansedumbre. Europa se acercó a acariciarlo y cayó en la trampa: cuando estaba montando en su lomo, el toro se alzó volando hacia los mares.
Los padres de Europa, desesperados, emprendieron una búsqueda incansable pero nunca pudieron encontrar a la princesa. El todopoderoso Zeus la había raptado y se la había llevado a vivir al oeste, a la isla de Creta, donde al fin consiguió enamorarla y saciar sus salvajes apetitos.
Pero el destino no fue amable con Europa. Resulta que el cabrón de Zeus estaba comprometido, cómo no, con la diosa Hera. Y ya saben: una vez metido se olvida lo prometido. La humilde -y mortal- fenicia no podía competir contra la eterna juventud de una diosa. Ya desfogado, Zeus fue perdiendo el interés. Europa tuvo que conformarse con ser el capricho momentáneo del Dios de Dioses. Tuvo todos los bienes a su alcance, pero no el amor de Zeus. Europa tuvo que conformarse con ser una más en la larga lista de conquistas del todopoderoso y mujeriego Zeus.

Hasta aquí los orígenes mitológicos. El resto es historia conocida. En sus más de 3000 años de historia, a pesar de la riqueza material y cultural, Europa cayó en el abismo de guerras crueles e interminables. La joven envejeció mal y padeció diversas enfermedades: fanatismo, sectarismo, nacionalismo y totalitarismo de todo tipo. Un nuevo Dios había dominado las mentes de los hombres imponiendo una nueva religión monoteísta y controlando el mundo través del Olimpo de los mercados financieros y sus santos apóstoles, las empresas.
Desde entonces no han cambiado mucho las cosas. La pobre Europa sigue raptada en aquella isla perdida, raptada y ninguneada, pero aún enamorada de ese nuevo Dios supremo que, al igual que Zeus, se disfraza de toro manso para engatusar y corromper.  Un Dios conquistador, caprichoso, tramposo, y experto en esconderse y cambiar de rostro según convenga. Europa, fruto de siglos y siglos de saqueo y de ignominia, perece moralmente hasta el punto de no reconocerse a sí misma. Y como siempre sucede, la infamada y maltratada se regocija haciendo el mismo daño que padece. Dicen que el origen etimológico del griego Europa (Ευρώπη) significa “ojos grandes”. Pero esos ojos no miran a cualquiera.
Grecia fue la cuna de la civilización occidental. Fue allá donde surgió la génesis del pensamiento, la filosofía, el arte, el teatro y la democracia; la génesis misma de nuestra cultura. Pero hoy todo ello no es más que palabrería, souvenirs baratos, turismo de masas. Y todo ello es propiedad privada de ese falso toro manso y de aspecto pacífico al que todos quisiéramos acercarnos, acariciar y quizás, insensatos, montarnos en su lomo.