22 Sept 2012

Paracuellos, la eterna pesadilla de Santiago Carrillo





La matanza de presos nacionalistas en 1936 ha perseguido al político comunista durante toda su vida. Entrevistamos a algunos de los más reputados estudiosos de la Guerra Civil española como Paul Preston, Ian Gibson, Angel Viñas y Jose Luis Ledesma entre otros.






Eran días de caos y confusión y las balas cada vez se oían más cerca de Madrid. El 6 de noviembre de 1936, casi cinco meses después del levantamiento militar contra el Gobierno de la Segunda República, las tropas franquistas se aproximaban a la capital por las inmediaciones de la Ciudad Universitaria, al lado de la Cárcel Modelo, donde estaban encerrados los nacionales sediciosos. Ante el temor de que los sublevados tomaran el edificio y liberaran a sus correligionarios, las autoridades republicanas sacaron a los prisioneros del edificio y asesinaron a unos 2500 presos en las inmediaciones de Paracuellos del Jarama. Fue sin duda el capítulo más oscuro del bando republicano durante la Guerra Civil española. Un episodio que ha perseguido a Santiago Carrillo durante toda su vida y que seguirá asociado a su recuerdo incluso después de muerto.

La noche del 6 de noviembre el Gobierno del Frente Popular, dirigido por el socialista Largo Caballero abandonó Madrid consciente de que la ciudad caería inminentemente. Se desentendía así de la gestión de la Cárcel Modelo(hoy Cuartel General del Ejército del Aire) donde había más de 2500 militares nacionalistas encarcelados desde principio de la contienda. El día 6 por la tarde, ante la cercanía de los combates, se constituyó una Junta de Defensa al mando del General Miaja. El jovencísimo secretario de las Juventudes Socialistas Unificadas, Santiago Carrillo, de 22 años, ascendió a responsable de Orden Público de la Junta. Un día después comenzaron los traslados de los prisioneros nacionalistas a otras cárceles alejadas del frente. Pero el objetivo real era otro: Entre el 7 de noviembre y el 4 de diciembre se produjeron 33 sacas para asesinar a los presos. Aunque la cifra final no está clara, se sabe que murieron unos 2500. La versión que siempre mantuvo Carrillo (con varias contradicciones y detalles omitidos) fue la siguiente: “Hubo que trasladarlos (a los prisioneros) sin que tuviéramos fuerzas de seguridad para protegerlos de las iras de la gente. Y en el camino, alguien atacó al convoy. Mi única responsabilidad fue no ser capaz de controlar las iras de personas que estaban viendo morir a sus hijos y sus esposas en una guerra”.

La responsabilidad de ex secretario general del Partido Comunista Español (PCE) en las matanzas ha sido objeto de investigación por parte de los más prestigiosos historiadores. La gran mayoría coinciden en afirmar que Carrillo mintió cuando afirmó que no fue consciente de las matanzas, pero que no obstante, ni fue el mentor de los asesinatos, ni hubiera tenido autoridad para impedirlos. “Es imposible que las caravanas con cientos de presos cruzaran todo Madrid a la luz del día con una escolta enorme sin que Carrillo supiera lo que estaba sucediendo. Y es imposible que semejantes comitivas fueran atacadas por elementos descontrolados”, comenta José Luis Ledesma en conversación telefónica.

Por otra parte, aunque los autores de la extrema derecha como Pío Moa, César Vidal y Stanley G. Payne no escatiman esfuerzos para tachar a Carrillo de mentor del “genocidio” cometido por los republicanos y atribuirle las torturas más crueles, no hay ni una sola prueba que demuestre su participación directa en la matanza. El extenso libro de Cesar Vidal, Paracuellos-Katyn (2005), pretende convencer a través de documentos absolutamente infantiles, sesgados y nada contrastados, como el del soviético Gueorgui Dimitrov que afirma que el gobernador de Madrid (sic) Carrillo ordenó los fusilamientos, o el de un miliciano sin nombre conocido como El estudiante, que relata horrendas torturas perpetradas por Carrillo como cortar dedos a los prisioneros y quemar los pechos a las monjas. Ningún historiador serio toma en cuenta las aportaciones subjetivas e ideologizadas de estos autores. “A algunos de ellos ni siquiera se les puede considerar historiadores, porque no cumplen la más mínima pauta de la historiografía”, dijo en una ocasión Paul Preston.

El hispanista irlandés Ian Gibson, escribió Paracuellos, cómo fue (1983), una de las primeras y más completas obras sobre la matanza. Hoy afirma que se están diciendo palabras muy fuertes sobre el comunista recientemente fallecido. "Claro que mataron a prisioneros de la cárcel Modelo, hubo una matanza, esto es innegable, pero no creo que él fuera el responsable, creo que fueron los comunistas mandados por Moscú". Con distintos matices, todos los historiadores consultados coinciden con esta versión.

El historiador Ángel Viñas, uno de los principales investigadores sobre el caso, se muestra muy crítico con la versión de la prensa de derechas, “que parece estar escrita como palabra de Evangelio” y que pone a Carrillo como responsable de la matanza. “Stanley G. Payne, en uno de sus peores libros sobre la guerra civil, que acaba de salir ahora en USA e Inglaterra, hace de Carrillo prácticamente el mentor del suceso” comenta Viñas en conversación telefónica. Para él, Carrillo se encontró en una situación “pre-cocida”: “La inspiración para liquidar a los presos madrileños vino dada por la NKVD (policía política soviética) que tenía por lo menos tres agentes en el Madrid sitiado, si no más. La ejecución del dispositivo quedó en mano de agentes comunistas especializados y de grupos de anarquistas”.

Paul Preston, uno de los historiadores más prestigiosos y uno de los mayores conocedores sobre la Guerra Civil, comparte la opinión de Viñas pero se muestra menos benévolo con Carrillo: "Es inconcebible que Carrillo no supiera nada de los crímenes y encuentro absurdo que durante todos estos años haya estado mintiendo". Según Preston, Carrillo no fue el mentor de los fusilamientos, pero tuvo responsabilidad directa en la organización de las sacas, por lo que es seguro que estuvo al tanto de las ejecuciones. “Es un tema complejo con múltiples responsabilidades”, comenta Preston en conversación telefónica, “lo que más ha complicado las cosas es la cantidad de versiones distintas y contradictorias que Carrillo contó a lo largo de su vida para quitarse responsabilidad”.

El historiador José Luis Ledesma, contradice a Preston: “Ha sido demasiado contundente diciendo que Carrillo organizó las sacas. No tiene las pruebas necesarias. Puede que Carrillo diera algunas órdenes como seleccionar a los presos en distintos grupos. Pero todo lo que ordenaba tenía unas directrices previas de los hombres de Moscú, como Alexander Orlov”. Ledesma asegura que no se ha encontrado un solo documento que le incrimine de manera rigurosa, ni una prueba definitiva que le culpe. “Cuando se abran definitivamente los archivos de Moscú, quizás encontremos esa prueba, pero por ahora no hay nada de nada”.

Aunque su nombre no tiene el mismo peso que otros historiadores, Antonio Morcillo, presidente del Grupo de Estudios del Frente de Madrid (GEFREMA), es una de las personas que mejor conoce los detalles bélicos de la batalla de Madrid. “Es un tema muy controvertido. Por aquellos días el descontrol era tan grande que una sola persona no habría podido manejar la situación. Está claro que tuvo que tener conocimiento, pero no pudo manejar la situación en una ciudad sitiada”.

Los datos encontrados absuelven a Carrillo de la responsabilidad directa de Paracuellos pero tanto la derecha como la izquierda antiestalinista siguen culpando al ex dirigente del PCE. Jaime Pastor, sociólogo, profesor de la UNED y militante trotskista, le acusa de instigar al odio estalinista. “No creo que fuera responsable directo de la matanza de Paracuellos. Pero para mí, hizo algo aún peor: fue uno de los artífices de la campaña contra el POUM que llevó al asesinato de tantos militantes y de su líder Andreu Nín. Fue corresponsable de esta purga, pero nunca lo asumió”.

El autor del minucioso libro La batalla de Madrid, Jorge M. Reverte, afirma que hay documentos que prueban que las matanzas se produjeron por un acuerdo entre el Movimiento Libertario y la cúpula de las Juventudes Socialistas Unificadas en la Junta de Defensa. “Y la cúpula era Carrillo, por lo tanto algo que ver tendría”, apostilla el periodista. Reverte insiste en apuntar como contrapeso la ejemplar labor del comunista durante la transición.

En resumen, se puede afirmar que la versión más extendida entre los historiadores es que Carrillo solo fue una pieza más del engranaje, incapaz de paralizar el proceso. “Como miembro recientísimo del PCE, era un cero a la izquierda. Sobre los agentes comunistas no tenía control alguno”, concluye Viñas.

Carrillo se ha ido a la tumba a los 97 años entre la admiración de sus camaradas y el reconocimiento de políticos de distinto signo, que valoran su talante conciliador durante la transición. Es difícil imaginar a ese hombre tranquilo y simpático participando en el conflicto más sanguinario de la historia contemporánea de España, sembrando más odio en el reino del odio y la crueldad. La verdad sobre lo ocurrido aquel fatídico mes de 1936 se la llevó a la tumba, solo nos queda el recuerdo de sus palabras, testimonio de la etapa más dura de nuestra historia reciente: “Remordimientos de conciencia no tengo ninguno y pienso que cualquiera en mi lugar hubiera hecho lo que hice yo (…) en ese momento eran ellos o nosotros”.


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