17 Feb 2012

THE WIRE: ENTRE SHAKESPEARE Y LOS CHICOS DE LA CALLE



“Si Shakespeare te ha interesado alguna vez, te interesará The Wire. Si te gustan cosas más sencillas, quizá no”. Lo afirma Enric González, periodista referente y fanático declarado de la serie. No es el único. Lo más sorprendente del “fenómeno The Wire” es la unanimidad de la crítica al considerarla una obra maestra al nivel del mejor cine y al definirla como una de las mejores series de toda la historia.

El realismo del guión, de los personajes y del ambiente son algunas de las claves de su éxito. El retrato de un Baltimore suburbial y decadente, plagado de violentos narcos, jóvenes salvajes y policías corruptos. Un entorno sucio y maloliente que a primera vista echa para atrás, pero que te atrapa poco a poco exigiéndote la máxima atención. Un panorama desolador que incitaría al pesimismo y al abatimiento si no fuera por la calidad del guión y los personajes. Y es que la esperanza y la lucha por la vida se abren paso en The Wire y florecen incluso en los guetos más decadentes.

Pero el verdadero secreto de la historia, lo verdaderamente seductor es la complejidad con que aparece retratada la lucha interior de cada personaje. En The Wire nada es lo que parece; ni los buenos son honrados galanes, ni los malos son monstruos malhechores. Su conciencia transita entre el bien y el mal y es reflejada con una veracidad extraordinaria gracias al trabajo de un elenco magistral. Nos encontramos ante actores de la talla del joven De Niro, de Pacino, de Hoffman y de otros grandes intérpretes de los setenta que tan bien encarnaron a desequilibrados, pandilleros y gangsters enfermos de poder.

Entre tantos personajes memorables destaca un imbatible Robin Hood gay, libre y salvaje, con un curioso código moral que solo le permite matar a asesinos. No es el único que sorprende: un vulgar capo que a priori parece chulo, hortera y malhablado, resulta ser un personaje tierno y de una fragilidad entrañable, que acaba en una espiral suicida por escapar del entorno cruel de su familia mafiosa. Un toxicómano purulento y balbuceante contempla a unos niños jugar en un parque y sin una sola palabra es capaz de estremecer al espectador que adivina en su rostro apunto del llanto la ilusión inconfesable por salir de ese agujero infernal del que sabe bien que nunca podrá escapar. Un líder sindical al borde de la desesperación, un camello enclenque y borderline, un capo narcotraficante que estudia negocios en la universidad, un detective alcohólico, mujeriego y adicto al trabajo, una lesbiana temeraria, un político que encubre a la mafia. Policías vagos, chapuceros, envidiosos, corruptos, ladrones e incluso algún que otro policía honesto. Nadie ha explicado con tanta sabiduria los entresijos del narcotráfico y sus consecuencias en la sociedad.

The Wire es una serie shakesperiana, llena de argot y de acentos complicados que ni siquiera los norteamericanos entienden, pero llena también de grandes dilemas que nos afectan a todos. La lucha entre el miedo y el valor, la lealtad y la traición, la corrupción y la honestidad, el perdón y la venganza. La vida misma en cinco temporadas.

El autor, David Simon, antiguo periodista de sucesos en The Baltimore Sun, ha sabido plasmar el mundo de la calle, la desigualdad y la marginalidad como solo los grandes maestros han hecho. Para encontrar precedentes comparables a The Wire tenemos que citar muchas de las grandes obras maestras del cine y la literatura. La obra de Simon bebe de los chicos de la calle del neorrealismo italiano, de los Ladrones de bicicletas de Vittorio di Sica, de Los olvidados de Buñuel, de la Ciudad de Dios de Meirelles y de la literatura de Charles Dickens, de Marck Twain y de Zola entre otros. Pero por encima de todas las citadas, los avatares de los jóvenes “hampones y descuideros” de Baltimore recuerdan a los jóvenes mendigos de La lucha por la vida de Baroja, en la que los suburbios madrileños son retratados con la misma mirada cruda y desolada con la que Simon ha descrito su Baltimore. Ciudades de contrastes que presentan luz fuerte al lado de sombra oscura, vida refinada, casi europea, en el centro y vida africana, de aduar, en los suburbios.

El Baltimore de Simon es el Madrid de Baroja. Sus personajes son los de Shakespeare.

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