19 Jul 2011

REFLEXIONES DE EUSKADI

Chovinismo: El chovinismo o chauvinismo (adaptación del apellido del patriota francés Nicolas Chauvin), también conocido coloquialmente como patrioterismo, es la creencia narcisista próxima a la paranoia y la mitomanía de que lo propio del país o región al que uno pertenece es lo mejor en cualquier aspecto.


Mala educación, mal genio, mal rollo. Siempre que regreso de America Latina (mi segunda casa) sufro ese "choque" con el carácter de mis paisanos españoles. La última vez que regresé, coincidí en el avión con un grupo de vocingleros. Me sentí de nuevo en ese universo de malos modales, de gente quejica, chabacana y gruñona (al principio ni siquiera reparé en que eran vascos; a mis ojos son indistinguibles del resto). Por fortuna, esa sensación desaparece en unos días y me doy cuenta de que en mi país hay gente de todo tipo. Somos como todos, aunque nos falla la tarjeta de presentación.

Me considero de izquierdas y no soy ni centralista ni nacionalista, pero tampoco me trago completo el “manual del izquierdista puro”, tan crítico con todo lo comercial y tan amante de lo pseudo-alternativo, tan enemigo de todo lo que huela a español y sin embargo tan benévolo y comprensivo con los nacionalismos independentistas.

Siempre he pensado que no me importaría lo más mínimo que Euskadi se independizara tal como pide la mayoría del pueblo vasco. Pienso que la única gente que saldría perjudicada serían, quizás, las provincias meridionales de España que no contarían con el reparto y la contribución de una de las regiones más prosperas de la península. Pero la solidaridad se tiene o no se tiene, no se puede imponer a nadie. A mi no me ha apetecido nunca tener amigos que no me quieran.

Tras este viaje a Euskadi, donde he podido hablar con muchos abertzales y he llegado a conocer a gente cercana a ETA, he comprobado que en muchos sectores independentistas se ha llegado a un punto sin retorno en el que el nacionalismo se ha convertido en chovinismo puro y duro. La paranoia narcisista de creerse mejor, más puros y menos contaminados por el sistema neoliberal que tanto nos contenta a los españoles y al resto del mundo occidental. La contradición está a la orden del día; se compadecen de la mierda de vida capitalista y plastificada que consumimos los españoles mientras te sirven su cocktel indígena estrella; vino de tetrabrick con cocacola.

En América Latina la gente te invita a sentirte como en casa a pesar de que todo (paisaje, acento, comida, costumbres) parece tan diferente. Aquí, a pesar de que todo es tan igual, los nacionalistas te recuerdan a cada rato que no estas en casa, que estás en otro país y que tienes que aceptar que algún día van a independizarse. Y pienso que no solo no me importaría que se independizaran; deseo que por fin lo hagan, si con ello son capaces de liberarse del peso de “patria oprimida” que llevan consigo y de liberarnos al resto de la carga que muchos nos han adjudicado. Quizás así muchos logren aliviarse a sí mismos y abandonen ese discurso cargado de odio, de rechazo y de reivindicaciones tan parecidas al fascismo. Ojalá que se relajen y disfruten.

El nacionalista radical mira por encima del hombro a todos los extranjeros, no solo a los imperialistas de Madrid, también a los europeos, por ser consumistas snobs que solo buscan lo folclórico, a los latinoamericanos (al igual que el PP) porque quieren quedarse a vivir y votar como vascos que no son, incluso se rechaza a los intelectuales como Hemingway porque atrajeron el turismo y la inflación y pervirtieron el espíritu de la fiesta. Y yo me pregunto ¿Quién ha subido los precios y se aprovecha de la masificación de los Sanfermines, Hemingway o los navarros?

Al igual que en Estados Unidos, el rechazo a lo externo y el desconocimiento lleva a muchos nacionalistas a considerarse una cultura superior e inigualable. Yo iba dispuesto a conocer a fondo esa cultura tan antigua y a comprobar y reconocer que de verdad es tan distinta y peculiar como dicen, tan arraigada a la vida en las montañas y a lo popular. Mi impresión por el contrario, es haber visitado uno de los lugares más pijos y adinerados de la península y me temo que esos logros capitalistas poco tienen que ver con las montañas y con la cultura del pueblo. También, curiosamente, me pareció uno de los lugares más propiamente españoles; la misma belleza en su arquitectura, el mismo verdor que en los paisajes del norte, el mismo gusto en la comida y las mismas malas costumbres y malos modales que en el resto de España, pero sin la alegría y el relajo español que allí a veces brillan por su ausencia. Percibo en Asturias o en Andalucía una cultura incluso más profunda, popular y singular, pero en estos lugares la gente hace que me sienta como en casa o incluso mejor que en casa. En Euskadi tristemente no puedo afirmar lo mismo, a pesar de que es un pueblo muy comprometido con el tercer mundo y con las causas sociales. A pesar de eso, hay algo sombrío y oscuro que me impide sentirme libre, una agresividad, una desconfianza y una mirada de superioridad implícita que me repele y me expulsa.

Como decía, cuando regreso de Latinoamerica, los madrileños suelen resultarme maleducados y gruñones. Esta vez, regresando de Euskadi, ha sido distinto; al pisar Madrid he sentido un chorro de aire fresco. Como por arte de magia, he visto caras de alegría, gente sonriente, desconocidos conociendose; todo el mundo me ha parecido alegre y campechano. ¿Porque será? Porque aquí nadie te pregunta de dónde vienes ni a donde vas. Aquí nadie te pide el carnet de identidad y solo una minoría rechaza a los de fuera. Esa actitud fascista es minoritaria y está mal vista por la gente decente y por supuesto por los que nos denominamos de izquierdas. Será por eso que me cuesta tanto aceptarlo cuando proviene de la “izquierda” abertzale, por más revolucionarios que se proclamen.

O será que se me han pegado las malas costumbres de vivir en una metrópoli imperialista.

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