31 May 2011

INEVITABLE

“¡Te das cuenta Benjamín!; un tipo puede cambiar de todo, de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar Benjamín. ¡No puede cambiar de pasión!”
(El secreto de sus ojos”)


He tenido muchas pasiones a lo largo de la vida, unas se han ido superponiendo a las otras a lo largo de los años y hoy sin duda reinan la lectura, la escritura, el teatro y el cine. Estas cuatro grandes pasiones culturales llevan reinando desde hace muchos años en mi vida. Pero la vida es un continuo aprendizaje, creo profundamente en la capacidad de cambio de las personas y no dudo que el futuro me dará nuevas pasiones, que quizás se sumen o incluso sustituyan a las actuales.

El futbol también fue una pasión, durante una época de mi vida. Y ahora resurge, gracias a tantos grandes amigos que me incitan a volver a verlo y admirarlo. Pero las pasiones nunca resurgen de la misma forma y yo ya no soy capaz de sentir el forofismo irracional que tantas veces veo en los aficionados y que tanta grima me da. Es más, soy incapaz de dejar de lado la razón. No puedo evitarlo, no siento lo mismo, no puedo seguir apoyando de la misma manera al equipo del que fui socio de niño. El Real Madrid me expulsa de alguna manera. No me gusta su estilo, su engreimiento y prepotencia, su estética grandilocuente ni su supuesto “señorío”. Todo lo que me anima a volver al futbol viene de la selección española y del Barcelona. Veo los partidos Madrid-Barsa diciéndome a mi mismo que soy del Madrid, como siempre lo he sido, pero sintiendo un deseo irrebatible de que gane el Barcelona. ¿Cómo es posible que un madrileño de pura cepa sienta tamaña herejía?

Sé que el futbol no es un juego de ideologías y aunque lo fuera, ni me atrae el nacionalismo español tan barato de los madridistas ni el independentismo hueco y despreciativo de muchos culés. Si nos ponemos rigurosos, el funcionamiento de ambos clubs me parece muy cuestionable. Pero en cuanto al futbol en sí, veo en el Barcelona el resurgimiento de un deporte en el que lo importante es jugar, y no solo ganar, como parece últimamente. Veo en el equipo de Guardiola las mismas virtudes que en la selección española, que tantas alegrías nos ha dado estos últimos años. Y veo en los jugadores un espíritu de compañerismo y de camaradería que parecía olvidado en los grandes equipos millonarios.

Dice Galeano que el único mesianismo que no es peligroso, es Lionel Messi, el alter-ego moderno de Maradona. Un prodigio que no llega a 1, 70 de estatura y que está sorprendiendo al mundo entero con su capacidad para hacer fácil lo difícil y la magia con la que lleva a cabo milagros nunca vistos anteriormente. Messi te atrapa con su alegría al jugar, como si fuera un niño en el potrero o en el campito. Juega olvidándose de que es el número uno y formando parte como uno más de un equipo perfectamente integrado y dirigido por Guardiola. El ex barcelonista es un director técnico capaz de organizar un equipo solidario, de “uno para todos y todos para uno” y donde todos pueden jugar y disfrutar. En la otra cara de la moneda está “mi equipo”; la antipatía y la arrogancia de Mourinho, el endiosamiento y la chulería del play boy de turno Christiano Ronaldo y el facherío indisimulado de Florentino. No puedo evitar ver tras el exagerado emporio mercantil club, el signo de la derecha más rancia de mi país. Y para colmo, despiden a Valdano, el único resquicio de honestidad y elegancia que quedaba. Ya no me quedan razones lógicas, solo pasionales, para seguir apoyando a este equipo.

“No podemos cambiar de pasión” le dice Expósito a Benjamín en “El secreto de sus ojos”. Bien, parece que la máxima que el personaje de Francella le narra al de Ricardo Darín en la maravillosa película argentina no se cumple conmigo. Le dice que uno puede cambiar de vida, de trabajo de novia, de Dios, pero no de pasión; no podemos cambiar de equipo de futbol. La vida me ha demostrado que puedo incluso cambiar de pasión, si tengo razones para ello.

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