6 Mar 2013

CHÁVEZ



Ha muerto un hombre excesivo, grandilocuente y a veces megalómano. Pero también, al mismo tiempo, un tipo carismático, inteligente y tierno. Uno de los pocos políticos que hablaban claro y se dirigían a la gente de forma espontánea y no como robots sin alma. Me he cabreado muchas veces con él, por las incongruencias que decía a veces -sus alabanzas a Gadafi a Al Asad y a otros tiranos injustificables-, y por sentirse tan cómodo con el endiosamiento que sus camaradas le predicaban. Pero sobre todo por permitir que la violencia engulla a Venezuela. Chávez eludió (o al menos, no enfrentó) uno de los grandes problemas de Latinoamérica. No sé hasta que punto la peligrosidad que hace irrespirable Venezuela es culpa de su gestión, pero sin duda me parece la mayor mancha de su legado. Casi capaz de eclipsar sus grandes logros, que los tuvo y muchos: sacó a cientos de miles de personas de la pobreza e impulsó la unidad latinoamericana de modo irreversible. Pese a quien pese, es el presidente latinoamericano que más ha logrado en estos dos ámbitos.

Si, me ha cabreado a veces, pero también me ha hecho reír hasta llorar, como esa vez que retó a Bush a batirse con él en la sabana venezolana: “Te metiste conmigo pajarito”. Durante la guerra de Irak, toda la gente progresista del planeta quisimos poder plantar cara a Bush como lo hizo él.



Cualquiera que revise la hemeroteca y los manuales podrá comprobar que los presidentes latinoamericanos han optado -resumiendo y simplificando-, por dos caminos. El primero: no modificar el sistema en el que han aterrizado, dejar las cosas tal cual las encontraron: con unos niveles de desigualdad insoportables perpetuados por un sistema clientelar, nepotista y corrupto y unas multinacionales coaligadas con las élites que saquean los recursos del país a sus anchas. La segunda opción; intentar cambiar el sistema de raíz y acabar con la pobreza y la dependencia internacional.

El camino fácil es el primero -no hacer nada- y quien lo ha practicado ha gozado de la amistad y los agasajos de Estados Unidos, Europa, el FMI, las multinacionales y la prensa internacional. Quien ha pretendido cambiar las cosas y enfrentarse a las élites ha sido atacado y tildado de dictador por todo el establishment del planeta. Entre los primeros están los presidentes que pasarán a la historia por perpetuar un sistema injusto y corrompido: el argentino Menem, el colombiano Uribe, el mexicano Calderón o el peruano Alan García. Entre los segundos, entre quienes han luchado por cambiar su país, está Fidel Castro, Evo Morales, Nestor Kirchner, Rafael Correa, José Mujica y Hugo Chávez. Se puede debatir y matizar hasta el infinito sobre sus logros y sus errores. Se les puede y debe criticar, pero hay algo innegable: ellos escogieron el camino más difícil porque creyeron que era necesario para acabar con la pobreza en sus países. La prensa siempre les atacará. Los datos objetivos y las estadísticas les dan la razón.

Recorrí Cuba en los últimos momentos de plenitud de Fidel, trabajé en Ecuador cuando Correa ganó las elecciones, viví el fraude electoral en México, la muerte de Kirchner en Buenos Aires... Son más de diez años yendo y viniendo de América Latina y asistiendo a un cambio de conciencia de la gente que, pese a quien pese, tiene mucho que ver con lo que inició Fidel y lo que impulsó Hugo Chávez.

¿La historia le absolverá? No lo se. Hay dos cosas incuestionables: ese `extraño dictador´ ganó todas las elecciones a las que se presentó con una participación altísima y a la vez padeció la mayor y más nefasta campaña internacional de manipulación informativa de la historia. La derecha rancia y neoliberal de todo el planeta le consideró el enemigo público número uno. Algo bueno debió de tener para caer mal a tanto hijo de puta.

Solo le vi una vez, en una visita que hizo a Madrid en el año 2004. Los militantes de Comisiones Obreras le presentaron en la sede de Atocha con ese tono entre cenizo, torturado y solemne tan propio de nuestra izquierda. Y él salió contando chistes e interactuando con la gente. Puede que su discurso sonara populista ante nuestros oídos 'europeos', pero como resume Ramón Lobo: siempre tuvo el compás, la letra y la música que mueven montañas. Oyéndole despertabas de la somnolencia en la que esos camaradas-coñazos te habían sumido. Me di cuenta de que si no cambiábamos de fórmula jamás nos comeríamos una rosca. Y en eso seguimos.

Por todo ello, porque son muchos años cabreándome y riéndome y viajando por una Latinoamérica cada vez más consciente de sí misma, me da muchísima pena que este personaje se haya ido para siempre.

El gran sabio Eduardo Galeano recordó las palabras de un venezolano pobre: “No quiero que Chávez se vaya porque no quiero volver a ser invisible”. Chávez ya se ha ido y ahora los pobres de Venezuela tendrán que seguir siendo visibles por ellos mismos.

Que descanse en paz.

2 comments:

Theodoran said...

Muy acertado tu texto, muy bien resumido en una extensión moderada. Escribes muy bien, muy claro, fluye.

Desde luego que sí, cuánto le vamos a echar de menos. Chávez podía ser muchas cosas, podía caerte mal por su carácter (y eso, ya es subjetivo).

Lo que sí tenía Chávez era madera de contrariente, idealismo, confrontación y trasparencia. Todo llevado a la práctica. Como dices, demasiado radical para quienes llevan los hilos importantes y en exceso natural para los europeos, acostumbrados a la pose, el protocolo y los discursos de plantilla de nuestros políticos.

Me alegro le hayas hecho este reconocimiento a chavito. Un gran abrazo Moli!!

Teo

Anonymous said...

Javiiii!!! Gracias por otro ejercicio de objetividad, por tu intención de comunicar las cosas como son, ni tan malas ni tan buenas; por transmitir un sentido justo de la crítica, sin tapujos ni tremendismos distractores.
Coincido contigo en toda tu opinión y exposición. Este mundo conformista, esclavo e inhumano necesita contraejemplos políticos, más si estos plantan cara al sistema capitalista, neocolonialista o como prefieran llamarlo.
En mi caso, la muerte de Hugo Chávez me genera cierta inquietud y expectación, no pena sino preocupación por todo lo que pueda acontecer a partir de ahora.
Gracias amigo.
Diego Caballero