25 Dec 2011

LA FELICIDAD.




Los entendidos de la vida, los referentes culturales y los grandes hedonistas nos hablan de lo que es la felicidad; el sexo, el amor, la amistad, las risas contagiosas y la realización de los sueños imposibles son universales. La iniciación catártica en algunas drogas, la impresión sobrecogedora ante paisajes naturales, los sentimientos que provocan las obras de arte, la pintura de Goya, la música de Mozart, el cine de Chaplin, la literatura de Shakespeare son placeres más selectos. Dirían los pedantes que no son aptos para cualquiera. Son cánones indiscutibles, que pueden gustar o no gustar, pero cuya contribución a la felicidad humana a lo largo de la historia es innegable. Porque el arte de calidad no entra a la primera. De niños nos horripilan los libros, el cine en blanco y negro, la música clásica, la cerveza y el vino. Preferíamos las películas de Van Damme, las canciones del verano y el trinaranjus. El arte de calidad no se asimila facilmente, al principio cuesta, incluso debemos obligarnos a consumirlo, pero cuando se descubre la felicidad entra de tal forma en tu vida que jamás puedes dejarlo.

Así ocurre con la comida, el arte más cotidiano que estamos fisiológicamente obligados a degustar tres veces al día. En un mundo en el que el hambre ronda las vidas de tres cuartas partes de la población, los extremos fariseos han renegado del buen comer, tachando de snobs o de pijos a quienes ven la comida como un arte más. Pero se equivocan -como siempre se equivocan los fanáticos-, no hacen falta grandes banquetes, ni galas glamurosas para disfrutar de la mejor comida, solo hay que tener paciencia, dejarse llevar, descubrir… y viajar.

¿Porque viajar? Me explico. Muchos de los mejores platos regionales son recetas populares al alcance de cualquiera, pero cuando estas recetas salen del país de origen se convierten en platos caros, considerados alta cocina. En el norte de África el cuscús de pescado y el suculento queso de cabra (que caduca en un día convirtiéndose en una bola salada) son accesibles para cualquiera. Los tacos (toda una religión en México) son solo masa de maíz, carne, limón verde y salsa de chile, pero se hacen con ingredientes tan puramente mexicanos que cualquier taco fuera de México sabe a plagio, y encima es carísimo. Lo mismo sucede con el mole poblano, el pozole o el guacamole. También con las empanadas de marisco chilenas y con la carne argentina. La carne de vaca y el marisco, considerados comida cara en el extranjero, son abundantísimos y populares en el cono sur americano. El ceviche peruano, uno de los platos más sorprendentes en cuanto a sabores, olores y texturas, es imitado en todo el mundo y pocas veces logrado, pero en la costa del pacífico sudamericano es el plato estrella. Con las bebidas sucede lo mismo; el fernet argentino, el mezcal mexicano, el vino verde portugués y las cervezas de cualquier país, se encarecen mortalmente al convertirse en productos de importación.

En España tenemos la suerte de vivir en uno de los países en los que mejor se come del mundo. Sin necesidad de viajar tenemos a nuestra disposición la paella valenciana, el cocido madrileño, el pan tumaca catalán, el bacalao al pil-pil vasco, el lacón con grelos de Galicia, el cochinillo de Segovia, el chuletón de Avila y muchos más. Pero si tuviera que elegir uno solo entre todos los platos, ese sería el gazpacho andaluz. Más barato, más sencillo de hacer y más sano imposible; tomate, cebolla, pan, ajo, aceite de oliva y un sinfín de combinaciones posibles con pimientos verdes, rojos, pepino, huevo duro, trozos de jamón serrano, almendras, cacahuetes, anacardos, aguacate, melón, sandía o incluso sorbete de limón. Es un plato que se puede tomar todos los días desde primavera hasta bien entrado el otoño y cada día puede hacerse distinto, más o menos espeso, con tomates crudos, pelados, cocidos etc. Del gazpacho me gusta todo, excepto el nombre. Que nombre tan feo para definir algo tan bueno, bonito y barato.

Y si hablamos de restaurantes, solo en el centro de Madrid las posibilidades son infinitas. En cualquier lado por menos de diez euros puedes tomar una fabada asturiana, un arroz caldoso al estilo portugués, croquetas de carabineros, calamares a la romana o tempura de verduras. Y por poco más de 10 euros el menú, tenemos restaurantes de cocina "creativa" como Cubik, Piñeira, Bobo, Ginger, Bazaar, La Finca de Susana, La Mucca y otros muchos. En estos "modernitos" puedes probar croquetas de mango y paté de foua, milhoja de calabacín y berenjena al gorgonzola, tartar de atún rojo semi crudo, carpacho de bacalao, lenguado a la marinera en salsa de mejillones y mariscos o paupiette de pollo con salsa de miel y mostada. Una fiesta.

La felicidad por supuesto, no siempre viene acompañada del buen gusto, hay quien considera sucio el sexo, estúpido el amor, innecesaria la amistad, ridícula la risa, hay por supuesto, quien se aburre soberanamente ante la naturaleza y ante el arte. Hay incluso gente que se alimenta de basura y lo prefiere antes que comer comida de verdad. Quizás son mayoría, pero como se dice, sobre gustos no hay nada escrito.

Ellos se lo pierden.

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