1 May 2013

DIOSECILLOS

Prepotentes, despreciativos y subiditos de tono. Jefecillos de tres al cuarto y subordinados sumisos. Lameculos con el poderoso, crueles con el débil. Una plaga que esconde uno de los males endémicos de España

“¿Esta tortilla mediocre que has hecho, es como la que te hacía tu madre?”, pregunta el engalanado señorito, sacando pecho cual gallito de taberna y haciendo una mueca de asco máximo que le deforma el rostro.
“Si, maestro chef”, responde un joven pálido y cabizbajo de mirada llorosa y labios temblones.

A esta escena televisiva le sigue una serie de humillaciones y crueldades que me da repelús incluso escribir. Pero parece que el público español acepta como lógica e incluso modélica la altanería de los diosecillos que hacen de jurado en muchos de los reality shows de la televisión, cuyo nombre ni sé, ni quiero saber. De pronto, una legión de expertos y maestros han aparecido debajo de las piedras para mostrarnos lo dura que es la vida y dejar claro que solo los mejores triunfan. Ante ellos, una masa de cabezas huecas que aplauden y aceptan ser humillados como perros ante una audiencia de millones de espectadores.

Cuando veo uno de esos programas me indigno doblemente. Primero, por el deplorable ejemplo que dan a la gente. A los que son jefes o tienen gente a su cargo parecen decirles: maltrata a tus trabajadores hasta el límite de lo moral y lo legal. A estos últimos: baja la cabeza como un sabueso y admira y obedece a esos seres superiores sin rechistar.

Segundo motivo de indignación: desde hace unos años y cada vez con mayor frecuencia veo esos comportamientos reproducidos como calco en la gente de mi país. Y me pregunto: ¿De verdad son tan listos estos diosecillos aspirantes a tiranos? ¿De verdad hay que soportar este tipo de humillaciones para prosperar en la vida, para no ser tachado de peleón, de impaciente o de inestable? ¿Para no ser multado? ¿Para no ser despedido?

En estos realitis vemos a los supuestos maestros de la música cutrosa, a los versados en cocina pijuna y a los gurús del mamoneo granhermanesco, tan hortera como hediondo. Pero no nos damos cuenta de que los cabecillas del triunfo y sus aprendices están por todas partes. Este comportamiento prepotente alcanza todo tipo de empleos, pero es especialmente dañino cuando afecta a cargos que deberían ser un ejemplo para la sociedad.

Creo que profesiones como el policía, el político o el periodista –por citar tres ejemplos de oficios que se han creado para servir al ciudadano- deberían conllevar un código ético que obligara al que lo ejerce a estar al servicio de la gente de la calle y no de unos pocos, ni de su sueldo o beneficio económico. Deberían ser extremadamente humildes, escuchar y ayudar al débil y no humillarlo y despreciarlo. Si esto sucede, como de hecho está sucediendo en estas profesiones; si el policía no trabaja para proteger al ciudadano, si los políticos no gobiernan para que la gente viva mejor, si los periodistas no reflejan lo que de verdad sucede a la gente sino lo que viene bien contar a su empresa estaremos a un paso de convertirnos en un estado que tendrá más que ver con el fascismo que con la democracia.

Creo que este tipo de oficios deberían estar infinitamente más vigilados y regulados. Tendría que existir una especie de contrato riguroso y exigente que obligara a dimitir a quien no cumpliera con su labor, especialmente cuando de esta depende el bienestar de la gente. Y aún más, creo que ejemplos de soberbia y abuso como los que estamos viviendo (los abusos de los políticos, la represión policial, la manipulación de la prensa) deberían estar penados no solo con sanciones, sino con la cárcel.

Pero ocurre exactamente al revés. La gente altanera, prepotente y despreciativa cada vez está más de moda. Cada vez son más queridos e imitados. Cada vez veo más esos gestos de asco y repulsión, oigo esos sermones crueles y asisto a más escenas de reprimendas humillantes en la que lo más aconsejable es callar y agachar la cabeza, por tu bien. Dale la razón, no vaya a ser que te ponga una multa ese agente chulazo recién salido de Gandía Shore. Trabaja el doble de lo que te toca, no vaya a ser que te despidan. Ríe las gracias al jefe no vaya a ser que no le caigamos bien, que no nos ascienda o que no nos tenga en cuenta a la hora de librarnos del próximo ERE…

Solo el pelota, el lameculos y el indigno puede prosperar ante un sistema que se rija por la regla fascista de endiosar al fuerte y machacar al débil. El enchufismo se extiende. Los favores se acumulan. La envidia nos lleva a poner la zancadilla al compañero. El miedo a ser eclipsado nos hace rodearnos de gente sumisa y mediocre. Los peores ascienden sin freno. Los maestrillos más ignorantes nos enseñan a golpe de fusta. Los políticos más inmorales nos gobiernan o esperan su turno para gobernarnos. Los periodistas más sabiondos, los más alejados del mundo, nos cuentan lo que pasa en el mundo.

Y mientras, en la tele, los diosecillos imparten su cátedra ante la mirada embelesada de millones de españolitos que aprenden la lección y aguardan ansiosos a poder ponerla en práctica.

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